El folklore mundialista incluye inevitablemente varios artículos comparando los indicadores educativos de los distintos países (Y van…). Este rejunte de clichés omiten siempre una premisa esencial: los sistemas educativos no son sistemas aislados.

El ex presidente Mauricio Macri compartió hace unos días un artículo titulado “En el Mundial educativo estamos eliminados antes de competir” recomendando que valía la pena leerlo. Ni bien leí el título me mordí el labio inferior mire hacía arriba y me dije “Otra más de estas”.

Acto seguido predije todo lo que esa nota iba a decir antes de siquiera leerla: que los maravillosos países nórdicos esto, que los impresionantes países asiáticos eso… y que lamentablemente la decadente Argentina esto. Y que qué desastre todo. Y que qué catástrofe. Y que sin educación no hay salida. Y que los consensos y la grieta. Y un largo etcétera de lugares comunes: un montón de cosas ciertas con las que estoy 100% de acuerdo.

Pero más importante, predije las dos cosas que ese artículo, como todos los de este estilo en general, iba a omitir.

La primera fue al comparar únicamente indicadores relacionados a la instrucción en Lengua y Matemática, deserción escolar o demás métricas del sector educativo. Para sorpresa de nadie esos rankings los encabezan siempre los países que ya todos sabemos. Lo cual fomenta el ímpetu de salir atolondrados a decir: “Acá lo que hay que hacer es copiar el sistema educativo de [Inserte Finlandia, o Singapur o Corea del Sur según preferencia]”.

Celebro que existan esas estadísticas. Como todo ingeniero tengo muy en claro que sin datos no se puede ni planificar ni mejorar (Jamás voy a kirchnerizarme y decir “Ah, como los números me dan mal voy a dejar de medirlos ¡Maldita estadística neoliberal!”).

Lo que no celebro es la idea de ir inmediatamente a copiar la forma en la que esos países exitosos organizan sus sistemas educativos sin primero detenernos a pensar algunas de estas preguntas.

Preguntas siempre omitidas por esos artículos. ¿Qué pasa en Corea del Sur si un docente presenta un certificado médico trucho? ¿Qué pasa en Finlandia si el presidente prohíbe a los niños ir a las escuelas durante dos años mientras él vive de fiesta con los amigotes en la residencia oficial? ¿Qué sucede en Singapur con un docente o una escuela que no obtiene buenos resultados entre sus estudiantes? ¿En Corea del Sur las tablets, computadoras e internet son commodities accesibles a cualquier estudiante? ¿O hay que esperar a que venga el magnánimo cacique de turno a repartir netbooks obsoletas y licitadas con sobreprecio? ¿En Finlandia también le cobran 21% más caro los fideos a los más pobres para que los más ricos puedan empezar hasta tres carreras universitarias sin llegar a terminar ninguna? ¿Qué pasa en Corea del Sur si una agrupación de cuarentones inmaduros parásitos del erario público con pecheras se meten de prepo en las aulas para adoctrinar estudiantes con una ideología específica?¿Existen siquiera esas agrupaciones? Y algunas mas, también muy importantes: ¿Cuál es el índice de inflación en cada uno de esos países? ¿Qué porcentaje de sus poblaciones viven de dádivas estatales? ¿Cuál es su índice de libertad económica? ¿Qué nivel de seguridad jurídica tienen? ¿Cómo son sus mercados laborales? ¿Son dinámicos? ¿Contratar a un empleado es casi lo mismo que adoptar un hijo? ¿En esos países, hay cultura del esfuerzo, el trabajo y el mérito? ¿Cómo funcionan los incentivos?

Estas son solo algunas de las preguntas que pueden ayudarnos a entender que un sistema educativo no es un sistema aislado, sino que está interconectado a muchas más variables que condicionan su efectividad. Las cosas no son tan lineales.

En Argentina podrían duplicar o hasta triplicar el presupuesto en educación sin observarse mejoras relevantes. Cuanto más tiempo paso dentro del sistema educativo argentino, más me convenzo de que las soluciones que necesita tienen mucho más que ver con el contexto económico y cultural en el que está inmerso, y no tanto con la cantidad de horas de clase, salarios docentes o demás componentes del mundillo educativo.

A las aulas argentinas podés importar “el método Singapur” o lo que quieras. Pero si no solucionás la inflación, no vas a lograr nada. Porque vas a seguir teniendo docentes mal pagos y desmotivados, presupuestos desajustados y por ende quichicientos alumnos por aula. (Por supuesto que este análisis requiere mucho más desarrollo, para el cual no tengo ni tiempo ni espacio en esta columna).

La segunda cosa que el artículo compartido por Macri, y generalmente todos los similares, omite son propuestas concretas sobre qué hacer en lo inmediato una vez que aceptamos la debacle educativa argentina actual. Hartan esas propuestas genéricas del estilo “tenemos que ponernos todos de acuerdo”, “en educación no debe haber grieta”. “hay que pensar seriamente cómo mejorar”, “hay que dar el debate”, etc…

Frases vacías que no proponen nada concreto. Frases vacías que hablan de cambio sin proponer que nada cambie. Frases vacías cuyo único objetivo termina siendo dejar en claro que quien las dice está “interesado en mejorar la educación”. ¡Oh! Qué bien, Qué noble. (Y qué inútil)

Creo que no necesitamos más ese tipo de análisis o propuestas vagas y genéricas. Teniendo un sistema educativo inmerso en permanentes crisis económicas y culturales y con un Estado que ha dado sobradas muestras de incapacidad para solucionar ninguna de esas crisis, es hora de que el Estado argentino libere a las familias de su incompetencia en el monopolio de la cuestión educativa.

Es hora de que el Estado argentino devuelva y desregule. Que devuelva el dinero que actualmente recauda y gasta en educación. Que se lo devuelva a cada familia y que cada familia disponga de él como quiera. Y que a la vez desregule todo el sistema y le permita a cada familia educar a sus hijos de la forma que mejor le parezca.

Análisis reconociendo que la educación está irremediablemente ligada a muchos otros factores y que por ende dotar de mayor libertad a las familias es la mejor chance que tenemos de revertir la decadencia, esos sí serán análisis que valga la pena leer.

*Santiago Morgan es padre de familia, ingeniero y profesor de matemaética.

Fuente: Mdz