El artista mexicano se destacó en su segundo concierto en el país en el marco de su nueva gira mundial; su manejo del escenario y su elección de las canciones

Concierto: Luis Miguel en Buenos Aires. Con banda pop, conjunto de vientos, conjunto de cuerdas y orquesta de mariachis. Lugar: Movistar Arena. Nuestra opinión: muy bueno.

Un estadio repleto con mayoría de mujeres pero con muchos hombres acompañantes, con una edad promedio que ido subiendo con los años a la par de la madurez del ídolo. Una banda pop de base (dos guitarras, bajo, teclados y batería) que sostiene todo el andamiaje estético. Un grupo de maderas y bronces que busca marcar una fuerte presencia tímbrica en los saxos y las trompetas. Una formación de cuerdas que pone el toque aterciopelado y clásico. Promediando el concierto, el sonido cambia a una orquesta de mariachis para dar el tono mexicano; y antes, un bandoneón y una pareja de baile algo edulcorados acompañan el momento tanguero.

Pero por sobre todo eso, y por mucho más de dos horas, el escenario es en verdad de un señor que ha pasado ya los 50 años, que se muestra en perfecta forma física y vocal, a quien se ve rejuvenecido y con su fisonomía significativamente cambiada. Y ahí están las canciones, claro; uno de sus grandes capitales.

Luis Miguel Gallego Basteri, nacido en Puerto Rico pero mexicano hasta la médula, eligió esta vez sumar muchas fechas en el estadio cerrado mejor equipado que tiene Buenos Aires para la música (serán diez en total) antes que el tantas veces utilizado de la cancha de fútbol o de otros sitios al aire libre. Y es evidente que esta opción lo beneficia. Porque le permite trabajar mejor con el sonido (quizá un poco exagerado en su volumen podría decirse de todas maneras), dejarse escuchar sin ser tapado por el coro de voces agudas del público y poner en el repertorio, sin la presión de estar presentando nuevos materiales, el eje de su trabajo.

Su punto de partida, pese al paso del tiempo, sigue siendo el pop. Luis Miguel es, si debiera resumirse en unas pocas palabras, el más fiel y sólido representante de ese género internacionalizado que tiene sus pies en algunas de las grandes ciudades norteamericanas y que está desparramado en todo el mundo. Y es, a la vez, uno de las mayores figuras latinas –seguramente, junto a Ricky Martin- de la generación siguiente de los cantantes románticos de la gran industria, después de la referencia incuestionable que marcaron artistas como Julio Iglesias o José Luis Rodríguez, entre otros.

Con ese capital en sus espaldas, con una historia que arrancó siendo un niño, con muchos años de carrera que alcanzaron la cresta de la ola cuando Armando Manzanero fue su cómplice para “Romance”, su primer disco de boleros, el cantante hace todo lo que se le da la gana; con su espectáculo, con su público, con sus tiempos, con su llamativo dominio del escenario, con su ya patentadas patadas al aire.

Tal como ha hecho tantas veces cuando arma sus listas, organizó la mayor parte de las canciones en medleys (o popurrís, para decirlo en nuestra lengua). Eso le permite sumar títulos ofreciendo versiones abreviadas de buena parte de su repertorio y dejar a sus fans con la sensación de que se escucharon muchísimas más canciones. De tal modo, hubo varios momentos bolerísticos, uno tanguero, uno marcadamente pop, uno de mariachis y, sí, algunas versiones completas. Sería imposible repasar la lista total de títulos porque en total rondaron los cincuenta. Arrancó puntualmente a las nueve de la noche con “Sera que no me amas”, “Amor, amor, amor” y “Suave” y terminó ya rondando la medianoche con “Cuando calienta el sol” y “Cucurrucucú paloma”. Pero en el medio sonaron, entre tantas, “Dormir contigo” –con un bello contrapunto de voz y violoncelo para este muy inspirado bolero de Manzanero-, “Hasta que me olvides, “Es por ti”, “Dame”, “No me platiques más”, “Usted”, “La puerta”, “La barca” “Inolvidable”, “Solamente una vez”, “Somos novios”, “Por debajo de la mesa”, “No sé tú”, “Nosotros”, “Por una cabeza”, “Volver”, “Uno”, “El día que me quieras”, “Cuestión de piel”, “Fría como el viento”, “Tengo todo excepto a ti”, “Entrégate”, “Si nos dejan”, “La media vuelta”, “Palabra de honor”, “La incondicional” y una extensa lista de etcéteras. Y hasta tuvo sus homenajes a Michael Jackson con “Smile”/“Sonríe” y a Frank Sinatra, con quien cantó “Come Fly With Me” en inglés y a dúo con un video del norteamericano en la pantalla.

Para resumir, puede decirse que Luis Miguel, en este nuevo paso por un país que lo ha recibido tantas veces, está presentando un show estéticamente coherente, importante, incuestionable en su altísimo profesionalismo, en un buen momento personal y con repertorio que no tiene fisuras. Su estilo puede generar enormes locuras de placer –como queda demostrado en la numerosa concurrencia que sigue pagando desesperadamente para verlo en vivo- o críticas por su modo de sobrevolar repertorios ya consolidados desde mucho antes de que él naciera. Luis Miguel pasa todo por ese tamiz personal que iguala tangos, boleros o temas pop haciendo que ese todo parezca haber sido compuesto por y para él. Pero esta observación no está en la cabeza ni en el corazón de su público, por supuesto.